En la calle que sube hacia la catedral, bajo rúbricas y veneras modernistas, bajo otras bóvedas invisibles creadas cada mañana por la voz otoñal de Pedro el Ciego, acontecían maravillas frágiles y encarnadas en las manos del vendedor de serpentinas y flautas de cañabrava: sobrevenían don Nicanor y su sonido a infancia; cerca, sobre la opacidad del hambre civil, el olor de las almendras calientes, y, más arriba, el abanico de peines, las estilográficas de las que fluye el líquido de los sueños.
Pedro descansa en la profundidad del otoño y su rostro se enciende en ramos de sol. La luz baja a su corazón y allí permanece desleída en aceites y sombras, en aguas purificadas por recuerdos.
Suavidad de los días, paz del mundo en el corazón de Pedro: pasan las portadoras de hortalizas, pasan los sacerdotes en sus túnicas, y Pedro canta ronca y dulcemente la construcción de las obras públicas, las profecías traicionadas, la graduación de los muertos. Canta bajo las ménsulas y en los soportales. Son noticias de invierno.
Antonio Gamoneda
No hay comentarios:
Publicar un comentario